lunes, septiembre 16, 2013

Aquí

Estas últimas noches he estado hablando con Dios. Después de una larga temporada de mi vida sin buscarlo y sin dejarme encontrar por Él, hemos vuelto a conversar por las noches.

Recuerdo que cuando era niña tomaba unos minutos para comunicarme con Él, pero tenía todo un protocolo que seguir. Comenzaba rezando un Padre Nuestro y a veces me equivocaba en alguna frase y volvía al principio sintiéndome la más pecadora de todos. Después  continuaba con un Ave María y no podía olvidarme de mi Ángel de la Guarda que me alejaría de las pesadillas. Repetí lo mismo cada noche de mi niñez y gran parte de mi adolescencia, hasta que un día dejé de hacerlo. Obviamente no fue de la noche a la mañana que dejé de creer, que dejé de preocuparme.  Fue un proceso largo del cual sólo recuerdo la horrible impotencia, y las interminables lágrimas de desesperanza.  Fue entonces cuando me di cuenta de que el humano sólo se siente totalmente vacío cuando no tiene en qué creer.

A lo largo de este periodo sin Él me encontré con un sinfín de personas que me hablaron de las muchas formas de encontrarlo, todas diferentes. Asistí a muchas reuniones que hacían rituales y lo invocaban, otras protocolares en las que lo mencionaban repetitivamente. Algunos otros se indignaban ante mi indiferencia y simplemente subían su mirada. Todo este tiempo todos ellos me hablaban sobre un extraño que había desaparecido de mi vida y no quería que regrese.

Durante mi viaje en Europa entré a muchas Iglesias maravillada por su arquitectura, por su historia y su inmensidad. Algunas veces me senté en alguna banca y cruzando mis brazos cerraba mis ojos. ¿Estás ahí? Le preguntaba. Nada. Mi mente se concentraba en los ruidos de alrededor, en la gente que entraba y salía y en  los ruidos de las cámaras fotográficas. A pesar de que todos la llamaban su casa Él no estaba allí. Prefería dejarle un mensaje por si acaso para finalmente salir de allí y  el mensaje siempre era el mismo “¿Dónde podré encontrarte?”.  A veces creía que un Ser se aparecería en mi camino y tocándome el hombro me diría “Hey, aquí estoy, me has encontrado”  Insulso…  Aún si fuera así no sabría que decirle. “Hola” quizás, “Siento no haber llamado pero he estado perdida… ocupada, digo”  Él Probablemente sonreiría y me diría “no te preocupes” como cualquier viejo amigo.


En una ocasión entré a la Basílica del Sacre Coeur de París y quedé sorprendida por la magnificencia del lugar.  Caminé muy despacio para no perderme ningún detalle de aquella experiencia. De pronto una música barroca suave comenzó a sonar en el fondo de la iglesia, era angelical. “¿Dónde podré encontrarte?”  Pregunté con los ojos cerrados. De pronto una voz dijo “Por aquí señorita” abrí mis ojos asustada y un hombre de estatura media me sonrió, probablemente era un guía turístico y pensó que yo era parte de su grupo.  Salí del lugar un poco confundida. 

Caminé por muchos lugares del mundo preguntando por Él, dejándole mensajes en cada Iglesia que visitaba, escuchando a la gente mencionarlo. Algunas noches soñaba con Él, se presentaba en diferentes formas, la mayoría de las veces solamente me observaba y algunas otras decía unas cuantas palabras que ni siquiera puedo recordar.  

Cuando regresé a mi país lo sentí aun más lejos que nunca. Hubieron días en los que pensé que quizás se  había quedado en alguna Iglesia de Europa que no tuve tiempo de visitar, me frustraba solo imaginarlo.

Hasta algunas noches atrás cuando no podía dormir y la misma pregunta pasó por mi mente ¿Dónde podré encontrarte?. Por unos instantes sólo hubo silencio, pero fue un silencio diferente. No se escuchaba ni el sonido de la noche, sólo podía escucharme a mi misma. De pronto comencé a escucharlo a través de mi propia voz. Fue como hablar con alguien con quién no me había comunicado hace ya mucho tiempo ya. Le hice muchas preguntas y respondió a todas con mucha simpleza y lógica.  Recuerdo que hasta reímos con algunas de mis preguntas y también suspiramos con algunos recuerdos, todo mientras mis ojos permanecían cerrados. Nada de protocolos, nada de mensajes, nada de intermediarios, nada de edificaciones ancestrales ni de rituales. Sólo Él y yo en esa noche silenciosa... fue entonces cuando volví a preguntarle:

....¿Dónde podré encontrarte?

.... Aquí, respondió.

Un perro aulló y finalmente caí dormida.