domingo, octubre 13, 2013

Octubre sólo era octubre.

Octubre tenía el aire misterioso y seductor. Apareció un día sin ser esperado, con brillo en los ojos y una sonrisa sin sentido. La fragilidad de sus expresiones me ofreció la mano y caminamos unas horas así, en silencio, sin decirnos nada.  Entre algunos segundos nuestras miradas se cruzaron y sonreímos tímidamente para luego cerrar los ojos. Cuando finalmente alcanzó a decir algunas palabras escarbó en lo más profundo hasta encontrar aquello que había escondido hace mucho tiempo ya, una pobre ingenuidad, la mía.

Octubre era rebelde y testarudo, le gustaba romper las reglas y en especial las mías. Aun así no podía descifrarlo, su misterio podía guardar más de un secreto sin problema alguno. Algunas veces me preguntaba qué historias se escondían tras ese par de ojos o qué detalles se escurrían entre sus largos dedos.

“Te prometo”, dijo un día, y la piel se me erizó de repente. Sin dudarlo me aferré a lo que más se parecía a una promesa de octubre. Lentamente y un  poco atontada absorbí las palabras de sus labios y descubrí una de las últimas miradas de ternura que había guardado para domingos de lluvia. Nos abrazamos delicadamente y le susurré al oído... 

“Eres un hermoso desastre, octubre”.